Las madres abortaban. A escondidas, en cocinas, en departamentos de dos ambientes, en el baño de su casa. A labios sellados, porque no supieron cerrar las piernas, no supieron ser recatadas, no supieron ser señoritas. Solas.
Las hijas abortan. A escondidas, en cocinas, en departamentos de dos ambientes, en el baño de su casa. A labios sellados, porque no supieron cerrar las piernas, no supieron ser recatadas, no supieron ser señoritas. Solas.
Las madres cargan con esos fetos, con esos no hijos, con esa herencia de estigma que heredan las hijas.
Las hijas cargan con esos fetos, con esos no hijos, con esa herencia de estigma que heredarán… NO, no, no.
A las hijas les pesa. La herencia, el estigma, en sus vientres, sus cuerpos. Las hijas quieren correr sin peso, quieren poder levantar los brazos, las cabezas, quieren abrir las piernas.
Las madreshijas abortan. Públicamente, en hospitales, acompañadas. Porque desean, porque deciden, porque merecen. Porque, finalmente, sus vientres, sus cuerpos, libres de peso y de estigma, son de ellas.